A diferencia de la mujer que produce todas sus células reproductoras (ovocitos) durante su propia gestación, liberándolas décadas más tarde en las ovulaciones, el testículo del niño es incapaz de producir espermatozoides.
La generación de las células reproductoras masculinas (espermatozoides) se inicia con la pubertad y se mantiene durante toda la vida del varón independientemente de que haya o no eyaculaciones, disfunción sexual u otras patologías que impidan que se emitan hacia el exterior.
Con el paso del tiempo disminuye levemente el volumen de la eyaculación y el número de espermatozoides presentes en ella.
Anteriormente se pensaba que la capacidad de procreación de descendencia sana por parte de un hombre en edad avanzada era igual al del hombre joven, pero recientes estudios han demostrado que el riesgo de alteración genética en la descendencia se duplica según avanza la edad del varón en cada 10 años.
Por esto, aunque no es tan dramática la pérdida de fertilidad a medida que avanza la edad del hombre respecto de la mujer, es una cuestión que no podemos dejar de lado y este riesgo se incrementa de forma considerable si el hombre además presenta algún padecimiento genitourinario ó si se abusa del consumo de sustancias tóxicas tales como tabaco y/u otras drogas que deterioren la funcionalidad del espermatozoide.